Etiquetas

Padre e hijo cocinando

Pocos sabemos el tipo de padres que vamos a ser hasta que llega el momento. En ningún momento sospeché yo los cambios que se avecinaban hace tres años, cuando nació mi primer hijo. ¿Quién iba a decirme a mí que con cinco meses y acabándose la baja maternal de mi mujer, decidiría cambiar las maratonianas jornadas laborales de los últimos quince años por un horario de 8 a 3, acogiéndome a la reducción de jornada por guarda legal?. Y es que no estaba dispuesto a que lo educasen otros, para despertarme quince años después preguntándome si podría haber hecho otra cosa. Quisieron las circunstancias que me lo pudiese permitir y, desde luego, no me arrepiento.

Una de las cosas que me permitió este cambio fue cocinar. Nunca me han disgustado los fogones, pero el ritmo de vida que llevábamos y lo poco que comíamos en casa no ayudaban, cosa que cambió de un día para otro. Y pronto decidí que cocinar en casa iba a ser clave, por una variedad de razones.

Por supuesto, nutrición y salud son fundamentales. Nada como la comida casera, controlada, cuidada, mimada. Pero eso sólo es el principio.

La búsqueda de consuelo por parte de los padres que, obligados por las inhumanas jornadas laborales, pasamos poco tiempo con nuestros hijos, ha llevado a idear el concepto de «tiempo de calidad». Pero es que, en mi opinión, los niños necesitan tiempo. Punto. A veces «de calidad», a veces no, y, si puede ser, en cantidad. Los niños aprenden mucho más por «ósmosis», por lo que ven y viven, que por lo que queremos inculcarles activamente. ¿Qué mejor manera de enseñarles que vivir situaciones cotidianas día a día? Por eso para mí aún más importante que llevar a mi hijo al parque o jugar juntos es que me acompañe al mercado, al médico, mientras cocino, o cuando tengo que hacer un arreglo en casa. Es fascinante cómo mi niño conoce perfectamente por sus nombres al pescadero, al frutero o al carnicero desde antes de los 2 años.

También creo que es vital que mi hijo me vea dedicar tiempo a alguna actividad en casa. En mi caso es la cocina, pero podría ser carpintería, costura o cualquier otra cosa. Hoy en día compramos todo hecho, hay alguna necesidad y sin duda habrá alguna empresa que haya ideado una manera «más barata» de satisfacerla. La competencia capitalista tiene sus ventajas, pero si lo aplicamos en todo el niño aprenderá que todo se compra, que no hay valor alguno en la dedicación de crear algo con nuestras propias manos. Difícilmente aprenderá el valor del esfuerzo, la constancia, o del tiempo que requieren muchas cosas. Todo para él será hedonismo y satisfacción inmediata de cualquier deseo. ¿Qué pasará cuando, con el tiempo, la realidad le demuestre que no todo se puede conseguir pagando, o que no tiene dinero suficiente para comprar lo que quiere?

Otro objetivo importante es que mi hijo me ayude en la cocina. Algo que nunca hay que pedir, mucho menos exigir, sino sutilmente «dejar» que colabore cuando a él le apetece. Cortar, amasar, espolvorear, medir, y muchas otras son tareas que un niño puede empezar a hacer desde los dos años y que favorecen la motricidad fina, la percepción sensorial y la sensibilidad a texturas, aromas, colores y sabores. Aprenderá muchas cosas nuevas, de dónde viene cada alimento, sus diferencias… conocimiento, cultura, tradición. Además, un niño que ha contribuido a un plato estará mucho más dispuesto a probarlo.

Limpiando tomates

Leo en algunos sitios que un niño con 4 años puede ayudar a cocinar, lo más atrevidos afirman que con 3 años… yo digo que desde mucho antes ya hay muchas cosas que pueden hacer, y os animo a intentarlo, las fotos que veis aquí son todas de mi hijo entre los 2 y los 3. Lo mismo piensan en su colegio, en el que desde los 2 años cocinan un día a la semana. Sí, sí, 15 niños de 2 años que guiados por las maestras preparan sus magdalenas, galletas y pasteles semana tras semana, que luego las profesoras hornean y que todo orgullosos llevan a casa cada viernes. Su carita de felicidad al comerse su galleta y ofrecérnosla no tiene precio.

Con su propia galleta de jengibre

Cocinar, por último, tiene una evidente dimensión social. La reunión diaria alrededor de la mesa, sea en el desayuno, en la comida, o en la cena, es un momento fundamental en la vida familiar, y por extensión en nuestra vida social, sea con amigos o por trabajo. ¿Qué mejor reunión puede haber que la que resulta de la culminación de un esfuerzo personal por preparar sabrosas y nutritivas viandas? ¿Y qué mejor regalo para nuestros hijos que las herramientas para que en el futuro puedan prepararlas ellos mismos?

Os cuento esto hoy, en parte, porque en unos días está previsto que nazca nuestro segundo hijo. Dos fieras, ¡ya tiemblo!. Así que el blog seguramente estará más parado de lo normal durante una temporada, en función de los cólicos de lactante y demás, aunque tengo unas cuantas entradas en la recámara que irán saliendo. Y no os asustéis si las próximas entradas hablan de papillas o alimentación infantil, je je je.

Y espero que cuando en unos años le pregunten a qué se dedica su papá, responda todo convencido como hace hoy su hermano: ¡Es cocinero! Angelito… 🙂

Por cierto, no os perdáis la preciosa serie de Gipsy Chef sobre su hijo, «Cómo Teo comió de todo».